En el siglo XIV, la Iglesia, se enfrentaba a varios problemas, el Sacro Colegio Cardenalicio estaba controlado por Francia y financiaba todas sus guerras.
En el casco antiguo de Peñíscola se halla la casa rural Iscola (link), una ciudad en el mar donde el Papa Luna vivió los últimos años de su vida.
El Papa debido a ello, era desdeñado por el pueblo como ejemplo de espiritualidad universal, el monopolio francés de cargos disgustaba a los religiosos europeos, quienes preconizaron una mayor independencia de las iglesias propias frente a Avignón.
En estas circunstancias discurrió la vida de D. Pedro de Luna. El Papa Luna. Para algunos el antipapa.
El Pontífice Gregorio XI premiará a Pedro de Luna por su fidelidad, con el cardenalato (20 diciembre 1375).
Será su hombre de confianza. Sus funciones fueron controlar los asuntos más importantes de la Iglesia, como la preparación de la vuelta de la corte papal a Roma, afrontar la oposición italiana y francesa, velar por la ortodoxia, vigilar las consecuencias religiosas derivadas de la situación política, luchar contra el nacionalismo eclesiástico, erradicar la corrupción y la desorganización del clero. Se mostrará sutil, competente y minucioso, manteniéndose al margen de las luchas internas. Esta actitud la mantendrá con el primer Papa del Cisma, Clemente VII.
Marchará a Roma con el Colegio Cardenalicio. Encontraron al Lacio agitado por disturbios partidistas. El Pontífice, viendo el peligro, se planteó regresar. Sin embargo Pedro de Luna tratará de salvar la empresa que les había sacado de Avignón. Tras semanas de gran violencia, el Papa fallece (1378). Antes había ordenado a los purpurados que, de inmediato, eligiesen a su sucesor, libres de toda presión. Todo ello, sabiendo que la Iglesia podía colapsarse por el enfrentamiento entre un pueblo que quería un Pontífice italiano y el peso específico de los franceses dentro del cardenalato, partidarios de volver a tierras galas.
El cónclave, preparado por aragonés, se inauguró el 7 de abril de 1378. Todo estaba en contra: los cardenales intrigaban; los intelectuales y nobles locales conspiraban el pueblo muy alborotado, exigía un Pontífice italiano. Al final, se asaltó la mansión donde se celebraba la asamblea, tomando como rehén al Sacro Colegio para forzar la nominación bajo amenaza de muerte.
Con aplomo, en medio del caos, Pedro de Luna tratará de aislar la reunión. Intencionadamente, se extendió el rumor del envío de tropas francesas para socorrer a los prelados. Esto, unido a la difusión de la falsa designación como nuevo Papa del cardenal francés Juan de Barre, trajo el desastre. Mientras se masacraba a sus sirvientes, parte de los eclesiásticos, huyeron al Castillo de Sant’Angelo para salvar la vida. Entretanto, el aragonés, con la promesa de otra votación, frenó a los insurrectos. Los 12 cardenales, en tres días, eligieron al italiano Bartolomeo de Prignano. El 18 de abril de 1378 se le entronizó, adoptando el nombre de Urbano VI.
El talante colérico y despótico del nuevo Papa, impidió volver a la normalidad. Urbano se dedicó a otorgar cargos y rentas a los italianos. Mientras, atacacaba a los cardenales franceses. Éstos abandonaron Roma. Ante la posibilidad de una vuelta a Avignón, el anciano Pontífice les amenazó con la destitución. De la mano del cardenal galo Pedro de Arlés nació una facción opositora a Roma. El 26 de julio de 1378 la mayoría de los electores se reunía en la población de Anagni. Ante el grave problema los estados europeos se posicionaron: Francia y Nápoles apoyaron a los desafectos; Inglaterra, al Papa; el Imperio buscó la reconciliación.
Se buscaba una salida pacífica que pasaba por la abdicación del Papa. Frente al diálogo las amenazas seguían. Al final, el Sacro colegio redactó un acta donde se afirmaba que la última se había desarrollado bajo amenazas de muerte. Una embajada papal retenida fue la encargada de comunicárselo a Urbano VI. El 9 de agosto de 1378 los 13 cardenales rebeldes declararon en un documento lo siguiente: a- la nominación de Urbano VI era nula por haberse celebrado sin libertad; b- la Santa Sede seguía vacante; c- debía celebrarse un nuevo cónclave; d- el Pontífice era ilegítimo. El 20 de septiembre de 1378, en Fondi (Nápoles), Roberto de Ginebra fue elegido Papa con el nombre de Clemente VII. Nacía el Cisma de Occidente.
Con el Cisma, cada nación se posicionará según sus intereses. Aparecieron dos facciones que apoyaban a uno u otro Pontífice, por cuestiones ajenas a la Iglesia. El Imperio, a pesar de buscar el diálogo defendía los Estados Pontificios por temas económicos. Los príncipes alemanes se planteaban una posible guerra para acceder al Mediterráneo. Francia, enfrentada con Inglaterra, defenderá al nuevo Papa como fuente financiera.
Castilla y Aragón eran neutrales. Su actitud podía ser decisiva. Los castellanos estaban en pugna con Inglaterra por su apoyo a Portugal. Por ello, su rey había estrechado lazos con Francia, con lo que su apoyo a Clemente VII era muy probable. Los lusos se mantuvieron al margen. En la otra corona española, el taimado Pedro IV el “Ceremonioso” centraba sus objetivos en Sicilia y el control del Mediterráneo, cuestión que no era del agrado de Roma. El hecho que su hija, la infanta Leonor, hubiese desposado con Juan I de Castilla le condicionaba a él.
Para Aviñón, España era la clave. Por ello se orquestó una gran ofensiva diplomática cuyo eje era Pedro de Luna. Varios factores le convirtieron en legado pontificio: a- sus amistades en Aragón; b- su gran influencia en la corte castellana; c- ser testigo de excepción del cónclave que eligió a Urbano VI; d- ser un entusiasta defensor de la legitimidad del nuevo Papa. Su cometido era casi imposible: Castilla y Aragón debían obedecer al Pontífice y ayudar a Francia. Además, debía persuadir a Navarra y Portugal.
En la Corona de Aragón estuvo entre abril y agosto de 1378. El principal obstáculo era el rey. Sus exigencias eran: a- conseguir Nápoles y Sicilia; b- llenar las arcas reales, vacías tras el conflicto de Cerdeña; c- condonación de las rentas papales que había decomisado por lo que fue excomulgado. Su subordinación a Francia, que quería controlar el Rosellón, Mallorca, Sicilia y Nápoles, no la contemplaba. El encuentro en Barcelona fracasó a pesar de las argumentaciones de Pedro de Luna y de sus ayudantes, los valencianos Francisco Climent, secretario suyo y el dominico Vicente Ferrer, su confesor personal. También se malogró a pesar del apoyo de la reina, Sibila de Fociá y de la esposa del heredero al trono, Violante, nieta del rey de Francia.
El siguiente paso fue Castilla, asolada por la secesión de Portugal y las injerencias anglosajonas. Allí reinaba Juan I, gran amigo suyo, a cuyo padre, Enrique, el aragonés le había salvado la vida. A pesar de la presencia del legado de Roma, Francisco de Pavía, el testimonio de Pedro sobre las circunstancias insólitas de la elección de Urbano VI, fue decisivo. El 19 de mayo de 1381, en Salamanca, una asamblea de expertos votó a favor del Papa galo. El resultado debía ser rentabilizado en Portugal. Allí fracasó. El país, convulsionado por la independencia, era ajeno a los problemas religiosos.
De nuevo en Aragón, se reorganizó. El “Ceremonioso”, enfermo, estaba enemistado con la nobleza por los privilegios de la “Unión”. Por otra parte el ejemplo de Castilla había calado entre la aristocracia. Mientras, Climent, canónigo en Barcelona desde 1379, seguía trabajando. Vicente Ferrer, al que Pedro IV había prohibido predicar en el Reino de Valencia, escribió al monarca para convencerle. El resultado fue estéril. A su muerte (7 enero 1387), el sucesor, Juan I (1387-95), accedió. El 4 de febrero de 1387 la Corona de Aragón prestó juramento a Aviñón. De allí marchó a Pamplona, donde triunfó debido a que el rey era yerno del de Castilla y por la influencia del obispo de Pamplona, Martín de Salva, colaborador del aragonés.
Castilla, Aragón, Navarra, Francia, Brabante, Irlanda, Escocia Foix y Armagnac obedecían a Clemente. Todo gracias al genio diplomático del aragonés y de sus ayudantes valencianos. Europa quedaba en paz por un tiempo.
Francia no quería que se empezase el cónclave hasta que llegase una embajada suya. El Estudio General de París abogó por una decisión amparada por la Corona francesa. Ésta seguía acuciada por el conflicto con Inglaterra y preocupada por la pujanza de los reinos ibéricos. Aragón pidió a Pedro de Luna que acabase con el Cisma. Ninguna de las cartas conciliadoras llegó a tiempo.
El aragonés actuaría según su conciencia. Dispuso que la elección se realizase antes de llegar cualquier delegación extranjera. No quería que el cónclave fuese nulo y se considerase al de Roma único Pontífice de Occidente. El 26 de septiembre de 1394 comenzó la reunión. Justo antes de su inicio llegó un mensaje de Carlos VI de Francia para un cardenal italiano, partidario suyo. Sin embargo, gracias a la oposición de nuestro protagonista, no se leyó la carta, alejando toda presión externa.
Las discusiones fueron muy duras. El partido galo, fiel a su rey, se enfrentó al aragonés. Su desaire a Francia, su defensa del Derecho Canónico y el hecho de ser aragonés pesaban mucho. Intentaron todo tipo de estratagemas para frenar las votaciones y esperar una decisión de París.
Pedro se opuso. Sabía que estas maniobras fortalecerían a Roma y harían caer a la asamblea prisionera de Francia. Sus convicciones, la dura defensa de la independencia de la Iglesia frente al poder temporal y su sobriedad no pasaron desapercibidos.
Tal vez por ello, el 28 de septiembre, casi por unanimidad, fue elegido nuevo Pontífice. Cohibido por sus 66 años, renunció, en principio. Ante el rotundo acuerdo de los cardenales claudicó.
En su proclamación adoptó el nombre de Benedicto XIII. El 3 de octubre es ordenado sacerdote y obispo y el 11, coronado. Este hecho marcó profundamente la política europea en el s. XIV.
Con el cisma de Occidente, iniciado en 1378 , Benedicto XIII se refugia en Peñíscola. Con él llego a nuestras tierras, parte del tesoro y de la biblioteca de los papas de Aviñon.
Una delegación del Concilio de Constanza vino a Morella (Castellón) para negociar la renuncia del antipapa, pero no lo logró. Cuando el Papa Luna murió en 1423 le sucedió el canonigo de Valencia, Gil Sánchez Muñoz, Clemente VIII, quien renunció al pontificado en 1429, poniendo así fin al Cisma. En esta renuncia intervino decisivamene el clérigo valenciano Alfonso de Borja, futuro papa Calixto III
Video: La imagen del Papa Luna.
Báculo del Papa Luna.
Remate superior del báculo papal, obra de un platero activo en Avignón al servicio de Clemente VI; debió pertenecer a Benedicto XIII, «papa Luna», actualmente se conserva en el Museo arqueológico nacional. Está formado por un vástago de sección poligonal con pequeña peana a media altura y vuelta rematada en un basamento sobre el que se dispone el grupo de la Anunciación. La superficie, tanto en anverso como en reverso se decora con una cenefa esmaltada. Comienza con ondas que encierran hojas y círculos con rosetas de esmalte rojo sobre fondo negro y continúa con veinticuatro circulillos con aves diferentes.
El nudo es poligonal de tres pisos, de mazonería con ventanas de arcos apuntados y huecos lobulados entre contrafuertes y pináculos. El cañón prismático hexagonal afecta decoración geométrica grabada con caras alternadas y manzana central adornada con lisonjas salientes de superficie esmaltada y los motivos de las marcas, dadas a conocer por J.M. Cruz Valdovinos. Las marcas en cuestión, llaves cruzadas de oro sobre menguante de plata, tiara con ínfulas de sinople sobre menguante de plata, siempre en campo de gules, alternando con flor púrpura botonada de oro en campo de azur, ha llevado a considerarla como ejecutada por encargo del Papa Luna.
Sin embargo, el citado investigador, en un análisis comparativo con obras contemporáneas ha llegado a la conclusión de que se trata de una pieza realizada durante el pontificado de Clemente VI, siendo reaprovechado cuando Benedicto XIII subió al solio pontificio. A sus precisiones es conveniente añadir otras indicativas de la estructura original de la obra, deducibles de las comparaciones iconográficas con ejemplares italianos, donde se conservan precedentes más o menos directos. Uno de ellos es el ejemplar del Museo Capitolare de Città di Castello, de hacia 1324, y atribuido a Goro di Gregorio. Más sencillo que el anterior y más cercano al báculo de Benedicto XIII es el de San Galgano, en el Museo dell´Opera del Duomo de Siena, procedente de la abadía de San Galgano, cerca de Chiusdino.
Es obra se orfebres sieneses, de hacia 1320-1330. Como en el báculo en análisis, se ha perdido la figurilla de ángel que estaba emplazada sobre una mensulita, todavía existente, sobre el astil, la cual es reconstruible a partir del báculo de Città di Castello. Este elemento iconográfico se difunde por toda Europa, por lo que es lícito proponer su presencia en el presente báculo.
La decoración vegetal del báculo, muy frecuente en la Edad Media, hace referencia al bastón florido de Aarón, prefigura de la Virgen [virga Aaron protulit fructum sine plantatione: Maria genuit filium sine virile conjuntione] (La vara de Aarón produjo fruto sin ser plantada: María engendró a su Hijo sin contacto viril). Los cisnes significan en el lenguaje místico la palabra de Dios, las cigüeñas, vistas por algunos autores, la castidad, los pelícanos, la Eucaristía y el ave fénix la resurrección. La Anunciación, que abre la historia de la salvación, hace referencia a la significación de la doctrina evangélica que debe de extender el pontífice.La Biblia del Papa Luna.
Los papas de Avignón, que protagonizaron el cisma de Occidente y pusieron en jaque a la Iglesia católica en el siglo XIV, guardaban en su biblioteca una esplendorosa Biblia comentada por los exégetas dominicos Nicolás Gorrán y Hugo de Sancto Caro.
Bellamente manuscrita por copistas franceses, suntuosamente iluminada y repleta de didácticas miniaturas policromadas, sus 22 volúmenes eran el lujo espiritual de los pontífices que ocuparon la sede papal francesa, desde Clemente VI hasta Benedicto XIII, el Papa Luna.
Este último antipapa, expulsado de Avignón, se llevó la opulenta Biblia a su fortín de Peñíscola durante el exilio forzoso que allí vivió entre 1403 y 1423. Pero a la muerte de Benedicto XIII, la Biblia -como el antipapado aviñonés-, tenía los días contados. Los aprietos económicos de los antipapas (repudiados por Roma, Francia y la Corona de Aragón), obligó a Clemente VIII, sucesor del Papa Luna y último antipapa de Avignón, a vender la majestuosa Biblia en la primera mitad del siglo XV.
La catedral de Valencia fue el comprador de los 22 volúmenes. Y ayer, más de medio milenio después de su adquisición, la Seo mostró por primera vez a los medios de comunicación -aunque ya habían participado en alguna exposición- tres tomos de este valioso códice.
La Biblia de los antipapas está siendo investigada desde hace seis meses por el técnico del archivo de la catedral de Valencia Juan Ignacio Pérez Giménez, que acaba de publicar un artículo sobre el códice en el último número de la Revista Catedral de Valencia. Como subrayó en la presentación de ayer el director del Archivo de la Catedral, Vicent Pons, algunas certezas se refuerzan y otros secretos quedan por descubrir. Certeza: «Actuaron como mecenas de la Biblia los dos papas cuyos escudos aparecen tanto en las primeras hojas como en los cantos de los volúmenes, Clemente VI e Inocencio VI, papas ya de la época del cisma y del papado en Avignón», y tardó en copiarse «quince años, de 1345 a 1360». Duda: no se sabe si fue copiada y ornamentada «en los círculos cercanos a Avignón o en París».
Otra evidencia que recoge Pérez Giménez: aunque el Papa Luna vendió algunos ejemplares de su biblioteca, un inventario efectuado nada más fallecer Benedicto XIII constata que el Comentario a las Sagradas Escrituras (su nombre oficial) se hallaba todavía en la biblioteca pontifica a su muerte. Por tanto, la venta de la Biblia a la catedral, según la investigadora Teresa Laguna, se habría llevado a cabo entre 1427 y 1427 bajo el antipapado de Clemente VIII, cuando disminuyeron sus rentas y el rey Alfonso el Magnànimo cerró el grifo a los sublevados de Avignón.
La investigación actual de los 22 volúmenes se centra en el estudio de la descripción de miniaturas y la identificación de los escritores -sólo figura el nombre de un copista, Enric Guillot-. «Ahora debería hacerse un estudio del texto», añadió Pons, e investigar también, por ejemplo, «cuánto dinero pagó la Catedral de Valencia» para comprar los volúmenes.
Por la dimensión de los tomos, el número de volúmenes y el lujo de la edición, Vicent Pons cree que la Biblia de los antipapas sería poco utilizada en el día a día por los pontífices de Aviñón. Consultada, sin duda. Y apreciada, todavía más. Principalmente, por el texto -escrito en el siglo XIII por los dominicos que encabezaba Nicolás Gorrán. Y casi tanto o más por las imágenes policromadas que embellecen sus páginas. Los pigmentos utilizados se obtenían de restos de animales. Hay algunos volúmenes mutilados, pero el estado del conjunto, protegido por una encuadernación del XIX, es óptimo.
Gran parte del resto de la biblioteca que el Papa Luna acumulo en Peñiscola están en la Biblioteca Nacional Francesa llevada a Francia por Cardenales franceses trás la muerte del Pontífice aragonés.